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domingo, 6 de abril de 2014

Noche de bossa nova en el Carnegie. Minucias


Ya dijimos que las gestiones del empresario Sidney Frey, que había estado en Río en septiembre buscando a Tom Jobim y a Joâo Gilberto, terminaron esa noche en la velada del teatro novayorquino. Parece que el negocio no estaba en la boletería, sino en la edición estadinense de lo presentado en el show, mediante sus empresas Matador e Eleventh Avenue. 


El mítico teatro de la 57 y la 7.a recibió las expresiones artísticas brasileñas:
passistas, ritmistas y los modernos con su bossa nova.


La asistencia rondó las tres mil personas (pero nadie ha dicho cuántas boletas se vendieron). Respecto del porcentaje de brasileños no hay acuerdo: para Jobim era todo el mundo, para Cardoso unos quinientos.

Es corriente hablar de una “floresta de micrófonos” instalados. Había, incluso, uno que transmitía para Moscú (Radio Europa Libre). Sin embargo, los receptores del sonido interno del teatro no funcionaron. Esos percances técnicos, más los de los propios artistas, constituyen lo que la prensa brasileña reseñó como “el fracaso de la bossa nova”. En efecto, Menescal refiere que en el aeropuerto lo recibieron preguntándole a quemarropa por qué el fracaso. El escándalo en Brasil lo armó Tinhorâo, periodista en las columnas de O Cruzeiro, mas con el pecado de no tener información de primera mano, sino de tercera. A él se la pasó el cubano Orlando Suero, corresponsal en esa ciudad, siendo su fuente Sérgio Ricardo, que sí fue al Carnegie, como enviado del diario. Tan grave se puso la cosa que a la Cónsul, Sra. Dora Vasconcellos, le tocó aducir, como prueba en contrario, un video del concierto en que se veía al público aplaudiendo varios de los números. En fin, esa prueba reina le valió 450 dólares y a O Cruzeiro le tocó retractarse. Puede ser que la prensa brasileña exageró cargando la mano en los desaciertos, pero en la revista Billboard también se aludió al evento como "the Carnegie Hall debacle".



Bossa por todos lados en Billboard. No tenemos datos del concierto en Washington.


El público estaba citado para las 8:30, pero se sabe que arrancó Sérgio Mendes con su conjunto pasadas las nueve: es decir, el concierto no pudo durar más de tres horas, sino menos. Por la abundancia de intérpretes de última hora, el show hubiera podido extenderse más, de no ser por la multa en que hubiera incurrido Frey si pasaba de la medianoche. En todo caso, hicieron milagros con el tiempo, pues además de todos los brasileños actuaron Getz y Gary MacFarland. Es decir, en el cartel figuraban nueve artistas, y de repente aparecieron diez más. Billboard habla de 43 números presentados en menos de 180 minutos. Frey aprendió que un concierto de bossa debe tener dos o tres actos. O no lo aprendió, porque ese era su plan inicial.

Para muchos de los presentes, el punto alto de la noche había sido Agostinho dos Santos con Luiz Bonfá, cantando Manha de carnaval. Luego de ellos salió Jobim con Samba de uma nota só, y le ganaron los nervios, como le pasó a Menescal con O barquinho. Pero le quedaba el segundo turno a Tom, y lo hizo con Corcovado. Erró el tono y tuvo que volver a arrancar, no obstante lo cual el público se lo perdonó en el aplauso. Pero el verdadero suceso vendría con la salida de Gilberto, quien puso a trabajar, por primera vez, a los fotógrafos. Cantó Samba da minha terra, Corcovado y Desafinado, con una buena impresión en los músicos presentes, como Gillespie y Davis.

El desquite

Si bien varios artistas quedaron contratados por lo que mostraron esa noche, se advierte que hubo ánimo de reivindicarse. Ello se vio con el concierto que patrocinó el Gobierno brasileño, en este caso representado por la señora Dora Vasconcellos, en el Village Gate, el 3 de diciembre siguiente. Fue un show doble, a las 8:30 y a las 11:30. Se invitó a Herbie Mann y la entrada valía 3 dólares. 
En las Live Reviews de Billboard, se refiere a “the Carnegie Hall debacle” como supuesto fin de la era bossa. Para rectificar a los pesimistas, se afirma que la presentación del lunes 3 fue “near-perfect”. Herbie Mann, además de tocar la flauta, introdujo todos los actos. Cuenta el cronista que el Sexteto de Sérgio Mendes “encendió la sala”; que Gilberto, con su plañidero canto, tocó todos los corazones; que Bonfá se lució con su guitarra, pero que Ricardo, Menescal y Lyra no brillaron como cantantes, sino como compositores.



Como desagravio del Carnegie, no se podía buscar sino otro templo.


Pocos días después se presentaron en Washington y luego fueron recibidos en la Casa Blanca. De esa visita se recuerda que la Sra. Kennedy contó que su bossa preferida era Maria Nobody.

El concierto en cifras

Respecto de las cuentas del negocio, Billboard reportó, el 22 de diciembre, que las pérdidas ascendieron a US $ 10 000, no obstante haber llenado el lugar. Los ingresos sumaron 8465,92 y los costos llegaron a 18 318,49. Solo por concepto de músicos se pagaron 7876,60. Las causas del descalabro, según la revista, fueron el notable aumento de intérpretes de última hora, así como haberles pagado tarifa de concierto, 194, cuando la ordinaria de concierto era 26. Frey se defendía diciendo que no tuvo corazón para dejar a ninguno por fuera. Pero más que corazón simpático, lo que tenía era fe en sus futuras ventas.

martes, 25 de marzo de 2014

De un callejón al Carnegie Hall: así surgió la fiebre de la bossa nova


Se corría un riesgo considerable al transitar por el Beco das Garrafas, y no precisamente porque allí hubiera burdeles. Dicho Beco das Garrafas, o callejón de las botellas, había sido en otro tiempo el Beco das Garrafadas, o callejón de los botellazos. En efecto, los moradores del lugar, en la calle Duvivier de Copacabana, acostumbraban lanzar botellas desde los pisos superiores a los parroquianos de las discotecas, si bien parece que con poca puntería. Seguro les iba mejor cuando lanzaban agua sucia o aguas menores de los vecinos.


El aforo de los sitios era de unas "sesenta personas
apretadas, si no llevaban chaquetas con hombreras".


Pero no es por los pasatiempos de sus habitantes que hablamos aquí del Beco, sino porque allí principia un trascendental capítulo de la historia de la bossa nova, para ir a terminar a Nueva York, como se verá.

En los bares del Beco se reunían los jóvenes músicos para tocar lo que realmente les interesaba: el jazz. La lista de los bares es conocida, nombrando del fondo a la calle: Little Club (donde se reunían los domingos), Baccara, Bottle’s Bar y Ma Griffe. Pues hasta allá llegó Sidney Frey, de la disquera Audio Fidelity, a contratar a unos músicos que ya tenían reconocimiento: Jobim (35), Gilberto (31) y Bonfá (40). Así lo hizo, pero reclutando además a otros miembros poco conocidos de la naciente escena de la bossa. Frey contó con la ayuda de un conocedor del medio: Mário Dias Costa, parroquiano del Beco y jefe de la división de Difusión Cultural de Itamaraty, alias Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil.


Sidney Frey, presidente de Audio Fidelity. Esa noche los organizadores perdieron
diez mil dólares, pero los músicos se dieron vitrina y el público se divirtió.


El show en Nueva York se ofrecía como Bossa nova - nuevo jazz brasileño, organizado por el ya nombrado empresario de la Audio Fidelity y Robert Wool, editor de Show Magazine; la producción de Phil Schapiro y la locución de Leonard Feather. La cita tuvo lugar el miércoles 21 de noviembre del 62, a las 8:30, para extenderse por más de tres horas. Se refiere que a la función asistieron unas tres mil personas, entre ellas la plana mayor del jazz: Dizzy Gillespie, Miles Davis y otros artistas destacados.



Parte del programa, sumamente extenso, con más de cuarenta números y unas
tres y media horas de duración. Más que concierto fue una muestra cultural del país.


Los resultados de la velada son polémicos. Si bien el valor histórico de la presentación de la nueva ola brasileña en Nueva York es indisputable, respecto del valor puramente musical de la audición los comentarios son negativos. Dicen unos que el fiasco se debió a que los organizadores se concentraron en la grabación del concierto, pero el sonido para el público fue fatal. Ello sería una buena explicación para el hecho de que el concierto se repitiera poco después en el Village Gate de Greenwich Village, casi con la misma plantilla. En el mismo sentido iría la reacción de la prensa brasileña. Asimismo puede citarse parte de la reseña del New York Times, en que se quejan de la “selva de micrófonos” y la amplificación que “redujo los grupos instrumentales brasileños a un chirrido monótono”, para no hablar de que la mayoría de cantantes “tenía poco que ofrecer”. De los tiros solo se salvaron Jobim y Gilberto.


En esa tapa van apretados 16 intérpretes,
y quedó faltando gente, como Jobim.


A pesar de los percances, entre los cuales Ruy Castro menciona que “casi todos los cantantes intentaron dirigirse al público en inglés, dejando fatal en Nueva York la imagen de nuestros colegios públicos”, el objeto se cumplió. Luego de la audición hubo feijoada por cuenta de Frey. Gilberto firmó contrato con un club y cuadró la grabación de un disco con Verve. Jobim firmó como arreglista para la Leeds Corporation, a Castro Neves se le abrieron las puertas del Waldorf Astoria y a Carlos Lyra se le propuso grabar con Paul Winter.

En fin, esa noche del Carnegie fue el principio de la bossa con músicos brasileños, pues la fiebre había empezado, unos meses antes, con el álbum Jazz Samba, de Getz y Byrd, que en septiembre ingresó al listado Billboard, donde llegaría a la cima.


Varig colaboró con unos billetes, Itamaraty puso otros.
De no ser así cómo hubieran sido las pérdidas de Frey.

*Todas las peripecias del concierto las ha referido el periodista Ruy Castro en Bossa nova: la historia y las historias. Libro de amenísima lectura.
**Puede verse parte del capítulo de Eyewitness dedicado al New Beat.
***Lalo Schifrin y Stan Getz aparecían en la programación, pero no alcanzaron a salir por lo numeroso del cartel.