Ya dijimos que las gestiones del empresario Sidney Frey, que había estado en Río en septiembre buscando a Tom Jobim y a Joâo Gilberto, terminaron esa noche en la velada del teatro novayorquino. Parece que el negocio no estaba en la boletería, sino en la edición estadinense de lo presentado en el show, mediante sus empresas Matador e Eleventh Avenue.
El mítico teatro de la 57 y la 7.a recibió las expresiones artísticas brasileñas: passistas, ritmistas y los modernos con su bossa nova. |
La asistencia rondó las tres mil personas (pero nadie ha dicho cuántas boletas se vendieron). Respecto del
porcentaje de brasileños no hay acuerdo: para Jobim era todo el mundo, para
Cardoso unos quinientos.
Es corriente hablar de una “floresta de micrófonos” instalados. Había, incluso, uno que transmitía para Moscú (Radio Europa Libre). Sin embargo, los receptores
del sonido interno del teatro no funcionaron. Esos percances técnicos, más los
de los propios artistas, constituyen lo que la prensa brasileña reseñó como “el
fracaso de la bossa nova”. En efecto, Menescal refiere que en el aeropuerto lo
recibieron preguntándole a quemarropa por qué el fracaso. El escándalo en Brasil
lo armó Tinhorâo, periodista en las columnas de O Cruzeiro, mas con el pecado de no tener información de primera
mano, sino de tercera. A él se la pasó el cubano Orlando Suero, corresponsal en esa ciudad, siendo su
fuente Sérgio Ricardo, que sí fue al Carnegie, como enviado del diario. Tan
grave se puso la cosa que a la Cónsul, Sra. Dora Vasconcellos, le tocó aducir,
como prueba en contrario, un video del concierto en que se veía al público
aplaudiendo varios de los números. En fin, esa prueba reina le valió 450
dólares y a O Cruzeiro le tocó
retractarse. Puede ser que la prensa brasileña exageró cargando la mano en los desaciertos, pero en la revista Billboard también se aludió al evento como "the Carnegie Hall debacle".
Bossa por todos lados en Billboard. No tenemos datos del concierto en Washington. |
El público estaba citado para las 8:30, pero se sabe que arrancó Sérgio Mendes con su conjunto pasadas las nueve: es decir, el concierto no pudo durar más de tres horas, sino menos. Por la abundancia de intérpretes de última hora, el show hubiera podido extenderse más, de no ser por la multa en que hubiera incurrido Frey si pasaba de la medianoche. En todo caso, hicieron milagros con el tiempo, pues además de todos los brasileños actuaron Getz y Gary MacFarland. Es decir, en el cartel figuraban nueve artistas, y de repente aparecieron diez más. Billboard habla de 43 números presentados en menos de 180 minutos. Frey aprendió que un concierto de bossa debe tener dos o tres actos. O no lo aprendió, porque ese era su plan inicial.
Para muchos de los presentes, el punto alto de la noche
había sido Agostinho dos Santos con Luiz Bonfá, cantando Manha de carnaval. Luego de ellos salió Jobim con Samba de uma nota só, y le ganaron los
nervios, como le pasó a Menescal con O
barquinho. Pero le quedaba el segundo turno a Tom, y lo hizo con Corcovado. Erró el tono y tuvo que
volver a arrancar, no obstante lo cual el público se lo perdonó en el aplauso.
Pero el verdadero suceso vendría con la salida de Gilberto, quien puso a
trabajar, por primera vez, a los fotógrafos. Cantó Samba da minha terra, Corcovado
y Desafinado, con una buena impresión
en los músicos presentes, como Gillespie y Davis.
El desquite
Si bien varios artistas quedaron contratados por lo que
mostraron esa noche, se advierte que hubo ánimo de reivindicarse. Ello se vio
con el concierto que patrocinó el Gobierno brasileño, en este caso representado
por la señora Dora Vasconcellos, en el Village Gate, el 3 de diciembre
siguiente. Fue un show doble, a las 8:30 y a las 11:30. Se invitó a Herbie
Mann y la entrada valía 3 dólares.
En las Live Reviews
de Billboard, se refiere a “the Carnegie Hall debacle” como supuesto fin de la
era bossa. Para rectificar a los pesimistas, se afirma que la presentación del
lunes 3 fue “near-perfect”. Herbie Mann, además de tocar la flauta, introdujo
todos los actos. Cuenta el cronista que el Sexteto de Sérgio Mendes “encendió
la sala”; que Gilberto, con su plañidero canto, tocó todos los corazones; que
Bonfá se lució con su guitarra, pero que Ricardo, Menescal y Lyra no brillaron
como cantantes, sino como compositores.
Como desagravio del Carnegie, no se podía buscar sino otro templo. |
Pocos días después se presentaron en Washington y luego
fueron recibidos en la Casa Blanca. De esa visita se recuerda que la Sra.
Kennedy contó que su bossa preferida era Maria Nobody.
El concierto en cifras
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