viernes, 11 de abril de 2014

Siguiéndole el paso a Marly García


Como el estrépito de un trueno, pero estando el tiempo sereno, así es el sonido que de repente producen los tambores de Aainjaa. Al verlos, con sus uniformes y maquillajes, resultan tremendos como las trompetas del fin del mundo, pero en versión percutiva.
Llaman la atención varias cosas: el propio tamaño del tambor, atado a la cintura; el baile, que acompaña el toque, y principalmente la coreografía que ejecutan con los brazos. Han convertido la simple interpretación de un instrumento en un hecho estético.

El gesto del placer y del poder.

Ya reparando en los detalles, nos detenemos en una de las percusionistas, bien por su espigada estatura o más bien por la gracia de todos sus movimientos. Hagan de cuenta la sensualidad de una Gatúbela, armada de un voluminoso tambor que azota con unas poderosas baquetas. Ese latido de la percusión termina dominando, por simpatía, el ritmo cardiaco de los espectadores. No es eso todo: de repente abandona el tambor, acepta el reto de un compañero para bailar. Luego de un corto intercambio de pasos, de un alarde de su repertorio, lo vence dejándolo, literalmente, por el suelo. Women rule.

Uno podría decir que la cosa también tiene sus elementos rituales.

Marly García, como se llama la aludida tamborera, no es percusionista. Quienes la hemos visto como imponente amazona, que en vez de flechas dispara golpes de baqueta, no podemos imaginar que se inició, siendo niña, como bailarina de ballet.

-No soy percusionista: soy bailarina. Por eso estoy en el grupo. Aprendo percusión. Me gusta más la danza, y la percusión me hace una mejor bailarina.

Se inició en la danza con el grupo de ballet del colegio. Le ha dedicado siete años, mezcla de compromiso y satisfacciones.

-Me encanta el escenario, las luces. La respuesta del público es lo mejor. Los aplausos: una satisfacción plena.

En el ballet estuvo tres años, dedicándole cuatro días a la semana. Pero su interés fue variando considerablemente. Resultó en la orilla opuesta: el hip hop.

-El ballet es un baile muy completo. La persona que se dedica solo a él gana excelentes condiciones físicas para bailar.

Esa disciplina del tutú deja huellas, sobre todo cuando se trabaja con leyes distintas.

Esta imagen tiene que representar lo que Marly llama "línea corporal".

-A la hora de hacer otros ritmos, como hip hop, se nota la rigidez del cuerpo. Aunque he visto casos de personas muy versátiles practicando varios ritmos, pero casi todos en término medio. Definitivamente, hay que dedicarse a uno.

No es solo la rigidez del cuerpo. Se trata, también, de la lógica de un baile de conjunto, contrapuesta a la del baile individual.

-En el hip hop se ve mucho el freestyle, o improvisación que llaman. En el ballet no tanto: se maneja más coreografía y, muy de vez en cuando, la improvisación, que se empieza a trabajar en el 4.o o 5.o año.

En el ballet llegó hasta tercer año. Se retiró por motivos económicos.

-Del proceso como bailarina de ballet, me encanta la línea corporal que se maneja. Seguí con danza contemporánea, un poco de afro; pero no tan rigurosamente como venía haciéndolo en la escuela de ballet. Al terminar el colegio, busqué opción de seguir bailando, y me encontré con el breakdance y esta gran cultura hip hop.

¿Alguien habrá notado que la danza genera su propia fuerza de gravedad?

Difícilmente podemos armar en la fantasía, como juntando piezas de un rompecabezas, la niña cuya línea disciplinó la escuela de ballet, sumarle la intérprete de ritmos afrobrasileños -única faceta que le conocemos-, y finalmente adicionar la devota de la cultura hip hop, con su atuendo unisex y la cachucha de visera plana -en nuestra época la norma era curvarla a más no poder.  
Su participación en Aainjaa le ha significado volver al baile coreográfico.

-Aainjaa es un espacio de creación, por lo tanto todos aportamos, unos más que otros; pero la intención es que todos lo hagamos. Siento que he sido una de las que más ha aportado en la parte coreográfica, desde mi corta experiencia comparada con la de los demás, que es más bien larga. Tal vez la facilidad de creación sea uno de mis talentos.
En el ballet no tuve la oportunidad de crear, solo de seguir un patrón. En Aainjaa tengo esa oportunidad que también me ha dado el freestyle. Tuve que aprender a maquillarme así no me gustara, no me interesara y no pensara que hiciera falta; pero en realidad sí importa, y mucho.


Esto es lo que hemos obtenido siguiéndole el paso a Marly García. Si en un principio nos cautivaban su porte y su gracia, unidas a la potencia que le comunica la batida del tambor, ahora la admiramos como profesional de la danza, con larga y variada trayectoria para su edad. Hace rato no la vemos en escena, pero nos ha impresionado gratamente.

No, no nos equivocamos de foto: es la misma
camaleónica (proteica, como se decía antes) bailarina. 

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