Sin que conozcamos la fecha exacta, en la primera mitad del
50 apareció un sencillo de la RCA Victor que iba a poner el ambiente musical de
cabeza. Identificado con la cifra 47-3782, era un 45 de 7 pulgadas, a nombre de
Perez Prado and his Orchestra, traía en una cara (Qué Rico) El Mambo, y en la
otra Mambo No. 5.
No hay fecha de grabación ni de lanzamiento pero, según dato de Billboard, tuvo que sonar a principios de abril del 50. Díaz Ayala trae 7 de marzo, lo cual es muy probable. |
En la revista Billboard del 13 de mayo de dicho año, se
informa que, “on the basis of unusual activity in certain sectors”, han
decidido promocionar el sencillo de Pérez Prado en las listas pop, si bien se
había lanzado hacía cinco semanas para el mercado latino en el sello
internacional. Había ya, entonces, versiones locales, conocidas como Mambo
Jambo, una por Sonny Burke con Decca, otra por Dave Barbour con Capitol y una
más por Freddy Martin con la misma RCA.
Incluso Pérez Prado dio otra dosis de
su medicina, en un sencillo que traía More Mambo Jambo y Mambo de Chattanooga
(47-3873). Tales son, en suma, los principios discográficos de la fiebre del
mambo.
Al son del mambo se estrenó en Méjico el
7 de octubre del 50. Allí se puede ver la explicación sobre la génesis del mambo. |
Pero la gran difusión de la última moda musical corrió por
cuenta del cine. El par de mambos del pianista matancero aparecieron en tres
películas mejicanas. La más significativa, Al son del mambo, se estrenó el 7 de
octubre del 50. Allí vemos al curioso coleccionista de ruidos recolectando, sin
saber muy bien para qué, sonidos de la naturaleza. Providencialmente se le
aparece alguien que le ayuda a convertir su ruidoteca en música: ha nacido el
mambo. A continuación suena Mambo José y todos los de la casa se asoman a la
puerta, acuden al salón principal para regocijarse al son del mambo:
GGM y el mambo.
Pudo ser en un cine que García Márquez se contagió de la
fiebre, que lo llevó a escribir, en enero 12 del 51, su primera columna de
prensa sobre el mambo. En su escrito refiere que Pérez Prado estaba desplazando
de los traganíqueles a los ídolos de siempre: Danielón, Cascarita y Miguelito
Valdés.
Nótese que para GGM el mambo era sonido urbano, no natural
como se le presenta en la citada película:
Cuando el serio y bien
vestido compositor cubano, Dámaso Pérez Prado, descubrió la manera de ensartar
todos los ruidos urbanos en un hilo de saxofón, se dio un golpe de estado
contra la soberanía de todos los ritmos conocidos.
Nótese también que, para GGM, Pérez Prado siempre será
“serio y bien vestido”. De lo primero nada decimos, pero de lo último sí
podemos señalar que todos se han fijado en las muy largas faldas de la chaqueta
que siempre usaba el compositor. Mas no se crea que era extravagancia de la
estrella matancera. Esa indumentaria se conocía en inglés como zoot suit, así explicada por el
diccionario: ropa masculina usada en la década del 40, consistente en una
chaqueta larga con hombreras, y unos pantalones amplios arriba y estrechos
abajo. Con esas mismas palabras se podía describir a Benny Moré en esa época.
En todo esto hay una alusión, oscura para nosotros hoy, pues
en la segunda columna, de 17 de abril, GGM dice:
El serio y bien
vestido Dámaso Pérez Prado (como lo lee, mi querido doctor A. G. R.), está
desempacando en Nueva York, un cargamento inverosímil.
Y nota el tamaño de las chaquetas:
Su equipaje debe de
ser más voluminoso que el de cualquier estrella de cine en viaje de propaganda
a Europa, puesto que consta, además de las maletas, los sacos que arrastran por
detrás de la banqueta del piano y los enormes zapatos amarillos, de una docena
de músicos bien alimentados.
La columna se refiere a la llegada de Pérez Prado a
Nueva York, en abril del 51 (llegó el 7, pero actuó desde el 12). En agosto saldría de gira por la Costa Oeste. El
éxito que se promete es lo único que disuelve la seriedad del matancero:
Dámaso Pérez Prado,
sabe que así será y por ese motivo debió mostrar esa expresión optimista y
segura que sorprendieron en su rostro los fotógrafos de la prensa a su llegada
a Nueva York. En esta ocasión el maestro se permitió una sonrisa que no parece
estar reservada sino para las circunstancias excepcionales, puesto que hasta
hoy era desconocida en él, al menos para quienes lo admiramos a prudentísima
distancia.
Luego GGM entra en materia musical, planteando polémicas hoy
vigentes, como la paternidad del mambo y sus relaciones con la música gringa:
No resulta difícil
adelantar suposiciones acerca de lo que sucederá en Nueva York con el maestro
Pérez Prado. Como en todas las cosas, encontrará adictos y adversarios. Pero
creo que en este caso tanto las simpatías como las antipatías girarán
exclusivamente en torno a un solo punto: el origen del Mambo.
El maestro ha tomado
sus precauciones en relación con el indudable parentesco que existe entre el
Mambo y la música de Harlem. Los autores de esta última se han permitido toda
clase de libertades con los grandes maestros y han puesto a Beethoven, a Bach,
a Tchaikovsky en ritmo de jazz. Pérez Prado, para ser más breve y cortante, ha
hecho algo que corre peligro de ser todo lo contrario: ha puesto algunas
famosas piezas de jazz en ritmo de Mambo.
Tácitamente está de
hecho planteada la controversia. Desde luego que los norteamericanos corrientes
se preocuparán muy poco de quién viene de quién, y por qué conductos. Ellos se
limitarán a descubrir que el baile del Mambo les resulta mucho menos complicado
que todos los aires tropicales que se han arriesgado a remontar el decisivo
paralelo de Manhattan. Advertirán, sin preocuparse por los orígenes de la
coincidencia, que los saxofones de Pérez Prado, se permiten ciertos retozos muy
parecidos a los malabarismos excéntricos de los sótanos de Harlem. Y las
muchachas norteamericanas, al abandonar la Universidad, en las cálidas tardes
del próximo verano, advertirán que hay en la Coca-Cola, el blue-jeans y los
zapatos bajos, algo que tiene una particular tendencia de adaptación con las
endiabladas cataplasmas musicales de Pérez Prado.
El otro sector, el de
los académicos que se empeñen en decir que el Mambo es un hijo natural
extraterritorializado de los ritmos de Harlem, provocarán pequeños terremotos
periodísticos y, hasta es posible, que consideren al maestro como un indeseable
advenedizo del jazz. Pero no será la primera vez que se lo digan a Pérez Prado.
Ni la última. Y él, tan serio y bien vestido como de costumbre, se asomará a su
ventana del Waldorf Astoria o a las azoteas del Empire State, a escuchar con
atención el crecimiento de los rascacielos menores y el rumor de esa multitud
que en la Quinta Avenida y Wall Street no parece tener otra misión que la de
tropezar. Entonces, Dámaso Pérez Prado, concienzuda y premeditadamente, prepara
la más suculenta y audaz de cuantas cataplasmas se le han ocurrido en su vida:
«Mambo de Nueva York».
Y todos los
norteamericanos, los que lo admiran y los que lo repudian, conservarán un
recuerdo perdurable del maestro en el estridente «Mambo de Nueva York», sin
saber a ciencia cierta si se trata de un homenaje o de una venganza.
Estrenada en Méjico el 12 de julio del 56. A la perdición se condenaba por su sugestivo baile, según varios obispos de la región. |
En la última columna, de 19 de junio, se refiere a la
solicitud de excomunión al músico y a la rumbera María Antonieta Pons, quienes
con su ritmo y baile significaban un riesgo para la moralidad venezolana. Pero
ya notaba el columnista que tal campaña no iba sino a beneficiar a los señalados,
además de ser en sí misma injusta:
Si fuera indispensable
intentar una defensa de Pérez Prado, bastaría con decir que él no es
responsable de la manera como se baile el mambo. El no creó la coreografía de
su música y mal podrían atribuírsele pecados coreográficos, por cuanto ello
sería tan impropio como pedir la excomunión de César Frank, si mañana o pasado,
a cualquier excéntrico se le ocurre idear una manera maliciosa de bailar sus
sonatas.
No dice nada GGM de María Antonieta Pons, por falta de
espacio en su columna, La jirafa. Pero la cosa queda en continuará…
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