Manengue: un apodo desconocido, aunque muy cercano al de dos percusionistas puertorriqueños, distinguió al percusionista cubano Antonio Orta (1881-1967). Su historia es de principios del siglo pasado, según la cuenta Padura, cuando trabajaba para Tata Alfonso y, en un arranque de espontaneidad alcohólica, cogió un cencerro que le habían encargado para una vaca y se puso a percutirlo, seguramente en pleno montuno. La campana sonó y se quedó adosada a los timbales, hallazgo de Manengue, de Ulpiano Díaz o de Guillermo García, como quieren otros.
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Foto: Quintana-Silverman. |
Esa innovación, fechada en 1912, le dio una nueva vida al danzón, incorporando en la última parte los trucos del timbalero ñáñigo y rumbero. También se le atribuye la adopción de la cajita china, en una época en que el timbal era la única percusión del grupo; así como inaugurar los solos de timbal.
Contra su notoria habilidad militó una singular afición a la bebida, cuya consecuencia fue una merecida fama de informalidad (incumplimiento). Ello y la edad lo fueron haciendo a un lado, de suerte que volvió a ser músico ambulante en su natal Regla. Como eso no daba para vivir, tenía que rebuscarse pasando la jornada en el agua, en procura de calandraca (alimento para peces). De aquí le resultó la reuma que, unida a la ceguera, acabaron por matar de tristeza al hombre que le cambió el aspecto rítmico a la música cubana.
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Foto: Padura. |
Fuentes:
Leonardo Padura. Réquiem por Manengue, en El viaje más largo. Plaza Mayor, 2002.
José Luis Quintana y Chuck Silverman. Changuito: A Master's Approach to Timbales. Alfred Music Publishing, 1998.
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