Debe de ser el tercer argentino que transita orgullosamente por este espacio (Leo Marini y el Negro Mora le anteceden). Lalo Schifrin (1932-2025) ya pasó a la historia como compositor de una emblemática pieza para el cine, lo cual no nos puede apartar de la parte latina de su obra, menos conocida. Comenzó a estudiar piano a los cinco años, con Enrique Barenboim. En su adolescencia, el jazz lo deslumbró al escuchar discos que traían sus compañeros del Colegio Nacional de Buenos Aires. Escuchar a Louis Armstrong, Fats Waller, Charlie Parker y Dizzy Gillespie significó para él «una conversión religiosa... fue el camino a Damasco».
A los 22 años, obtuvo una beca para el Conservatorio de París. Estudiaba con los compositores Olivier Messiaen y Charles Koechlin durante el día, tocaba jazz en clubes parisinos por la noche y también escribía arreglos musicales para sellos discográficos. No fue el estudiante latino pobre en París: sus ingresos le permitieron alquilar su propio apartamento en lugar de vivir en residencias de estudiantes.
Vuelto a Buenos Aires en 1956, fue invitado a formar una big band de jazz para radio y televisión. Luego de un concierto de Gillespie y la banda del Departamento de Estado en la embajada estadounidense, actuó con su propia orquesta en una cena en honor al famoso trompetista. Antes que tomara del todo su camino a Damasco, debe mencionarse su colaboración breve con Cugat: Cumaná (Barclay Allen). El binomio registró dos obras en 1959: Cha cha cha of the Hours y Rock moruno [Catalog of Copyright Entries: Third series, 1959].
Gillespie lo invita al norte y terminó trabajando como su pianista por tres años y escribiéndole las suites Gillespiana (1961) y The New Continent (1962). De la primera se pueden citar Panamericana y Toccata. La percusión latino estuvo en manos de Cándido Camero, Jack del Río y Willie Rodríguez. Es la época de la bossa nova y Schifrin, como latino, no podía desaprovecharla: Desafinado (Jobim-Mendonca), Insensatez (Jobim-Moraes), Chora tua tristeza (Castro-Fiorini), Chega de saudade (Jobim-Moraes), pero también menos conocidas como Apito no samba (Antonio-Bandeira). De su cosecha son, entre otras, The Wave y Lalo's bossa nova. Tampoco queda por fuera el maestro Villa-Lobos, con sus Bachianas brasileras n. 5.
Ya en el plano de arreglista y director, le metió mano a todo, incluyendo The Peanut Vendor (Simons-Sunshine-Gilbert) y El Salón México (Copland). A estas alturas, ya se había mudado a Los Ángeles con Donna, su esposa, para trabajar en la industria cinematográfica. Con el trompetista Al Hirt nos presenta los consagrados Frenesí (A. Domínguez), Angelitos negros (Maciste-Blanco), Taboo (Lecuona-Russell) y un Sabor a mí, titulado en inglés Be true To Me.
Schifrin se prodigaba en los estudios apareciendo en proyectos raros como La Clave, de Benny Velarde: “Me presenté, me pusieron la música delante, hice lo mío y listo. Fue muy sencillo”. Lo suyo fue Latin Slide y Cocoa Leaf; junto al cóver Soul Sauce (Gillespie).
En 1992, inicia la serie Jazz Meets The Symphony, con referencias al blues, Ellington y Gillespie. En 1996, volvió a montar Gillespiana con la orquesta WDR, de Alemania, junto con Jon Faddis en la trompeta y David Sánchez en el saxofón. El espectáculo se registró en audio y video.
Bonus track. Schifrin, haciendo su versión de otro gran compositor de bandas sonoras, John Williams: Jaws.
Sobre el primitivo purismo musical de Schifrin y la utilización comercial del término "latino", Músicos en tránsito: La globalización de la música popular argentina: del Gato Barbieri a Piazzolla, Mercedes Sosa y Santaolalla, por Matthew Karush.
La discografía schifriniana, comentada por Douglas Payne.
*Hemos tomado los datos biográficos del obituario que le dedicó The Guardian.
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