La primera vez que Eddie Palmieri fue a Colombia, el
empresario artístico Larry Landa quiso que iniciara su gira en el puerto de
Buenaventura, como un reconocimiento al lugar por donde entró la Salsa a
Colombia. Eddie llegó con su orquesta, y no obstante la publicidad previa que
había hecho el empresario a través de la radio y en avisos callejeros, a las
siete de la noche el Coliseo del puerto permanecía desierto. El concierto
estaba programado para las ocho. La verdad es que nadie en Buenaventura creía
que un músico de la dimensión de Eddie Palmieri podía estar en realidad ahí, y
esta incredulidad era la que había detenido a la gente en sus casas. En los
bajíos, por las casas lacustres de los pescadores, corría el mito de que
Palmieri tocaba en “un piano de oro con teclas de marfil”. Le dije a Larry que
lo más conveniente sería ir hasta el cuartel de bomberos, y pedir prestada una
máquina para exhibir a la orquesta por toda la ciudad, con sirena de incendio
incluida. La idea prendió inmediatamente, y los bomberos fueron solícitos en
esta petición. En pocos minutos vimos a Palmieri paseando como un Rey con toda
su corte, saludando desde la parte de arriba la máquina. En segundos se armó un
tropel de gentes que corrían detrás con el deseo de comprobar que sí, en
realidad se trataba del pianista excelso que había llegado directamente de
Nueva York; había llegado a apagar el fuego de la incredulidad, y a encender el
de la alegría. Junto a él, Chocolate Armenteros levantaba una trompeta y
también Ismael Quintana se brindaba al saludo de los porteños. En sólo una
hora, el coliseo estuvo a reventar*.
domingo, 31 de agosto de 2025
Canto a Palmieri, in memoriam
domingo, 17 de agosto de 2025
Lalo Schifrin por la vereda tropical
Debe de ser el tercer argentino que transita orgullosamente por este espacio (Leo Marini y el Negro Mora le anteceden). Lalo Schifrin (1932-2025) ya pasó a la historia como compositor de una emblemática pieza para el cine, lo cual no nos puede apartar de la parte latina de su obra, menos conocida. Comenzó a estudiar piano a los cinco años, con Enrique Barenboim. En su adolescencia, el jazz lo deslumbró al escuchar discos que traían sus compañeros del Colegio Nacional de Buenos Aires. Escuchar a Louis Armstrong, Fats Waller, Charlie Parker y Dizzy Gillespie significó para él «una conversión religiosa... fue el camino a Damasco».
A los 22 años, obtuvo una beca para el Conservatorio de París. Estudiaba con los compositores Olivier Messiaen y Charles Koechlin durante el día, tocaba jazz en clubes parisinos por la noche y también escribía arreglos musicales para sellos discográficos. No fue el estudiante latino pobre en París: sus ingresos le permitieron alquilar su propio apartamento en lugar de vivir en residencias de estudiantes.
Vuelto a Buenos Aires en 1956, fue invitado a formar una big band de jazz para radio y televisión. Luego de un concierto de Gillespie y la banda del Departamento de Estado en la embajada estadounidense, actuó con su propia orquesta en una cena en honor al famoso trompetista. Antes que tomara del todo su camino a Damasco, debe mencionarse su colaboración breve con Cugat: Cumaná (Barclay Allen). El binomio registró dos obras en 1959: Cha cha cha of the Hours y Rock moruno [Catalog of Copyright Entries: Third series, 1959].
Gillespie lo invita al norte y terminó trabajando como su pianista por tres años y escribiéndole las suites Gillespiana (1961) y The New Continent (1962). De la primera se pueden citar Panamericana y Toccata. La percusión latino estuvo en manos de Cándido Camero, Jack del Río y Willie Rodríguez. Es la época de la bossa nova y Schifrin, como latino, no podía desaprovecharla: Desafinado (Jobim-Mendonca), Insensatez (Jobim-Moraes), Chora tua tristeza (Castro-Fiorini), Chega de saudade (Jobim-Moraes), pero también menos conocidas como Apito no samba (Antonio-Bandeira). De su cosecha son, entre otras, The Wave y Lalo's bossa nova. Tampoco queda por fuera el maestro Villa-Lobos, con sus Bachianas brasileras n. 5.
Ya en el plano de arreglista y director, le metió mano a todo, incluyendo The Peanut Vendor (Simons-Sunshine-Gilbert) y El Salón México (Copland). A estas alturas, ya se había mudado a Los Ángeles con Donna, su esposa, para trabajar en la industria cinematográfica. Con el trompetista Al Hirt nos presenta los consagrados Frenesí (A. Domínguez), Angelitos negros (Maciste-Blanco), Taboo (Lecuona-Russell) y un Sabor a mí, titulado en inglés Be true To Me.
Schifrin se prodigaba en los estudios apareciendo en proyectos raros como La Clave, de Benny Velarde: “Me presenté, me pusieron la música delante, hice lo mío y listo. Fue muy sencillo”. Lo suyo fue Latin Slide y Cocoa Leaf; junto al cóver Soul Sauce (Gillespie).
En 1992, inicia la serie Jazz Meets The Symphony, con referencias al blues, Ellington y Gillespie. En 1996, volvió a montar Gillespiana con la orquesta WDR, de Alemania, junto con Jon Faddis en la trompeta y David Sánchez en el saxofón. El espectáculo se registró en audio y video.
Bonus track. Schifrin, haciendo su versión de otro gran compositor de bandas sonoras, John Williams: Jaws.
Sobre el primitivo purismo musical de Schifrin y la utilización comercial del término "latino", Músicos en tránsito: La globalización de la música popular argentina: del Gato Barbieri a Piazzolla, Mercedes Sosa y Santaolalla, por Matthew Karush.
La discografía schifriniana, comentada por Douglas Payne.
*Hemos tomado los datos biográficos del obituario que le dedicó The Guardian.